LAMBAYEQUE EN LA VISIÓN DE TRES VIAJEROS (SIGLO XIX)
Continuando con la
divulgación de los testimonios de viajeros que visitaron Lambayeque, voy a
referirme en esta oportunidad a algunos de los que llegaron en el siglo XIX y
sobre los cuales di a conocer unas notas entre enero y febrero del 2019 en el
grupo de facebook “Antiguas fotos de Chiclayo”, referencias que ahora incorporo
a mi blog: “Del Baúl Bibliográfico
Lambayecano”. Los títulos de cada libro aparecen en mayúsculas y color azul
y como las correspondientes publicaciones se encuentran en inglés he tratado de
ofrecerles unas traducciones sin pretensiones académicas que les permitan
conocer lo que vieron y opinaron sus autores.
El primero de ellos fue William Bennet
Stevenson, un explorador británico que vivió muchos años en América del Sur,
durante la época de las guerras de independencia hispanoamericanas, estadía que
le sirvió para escribir un libro sobre sus experiencias y observaciones
titulado “A Historical and Descriptive Narrative of Twenty Years’ Residence in
South América” (Londres, 1825).
Lo que Stevenson dijo del pueblo de Lambayeque:
“Procedimos a dirigirnos a Lambayeque, viajando a
través de un bosque de algarrobos por más de tres leguas. Lambayeque es la
capital de la provincia y la residencia del subdelegado. Siempre atrajo la
atención de los viajeros por ser el más populoso y el principal centro
comercial entre Lima y Guayaquil, situado a unas dos leguas del mar y a cuatro
de su puerto marítimo, llamado Pacasmayo, donde el río de este nombre entra en
el Pacífico. Por lo demás, el pueblo de Lambayeque se encuentra cerca al río
Lambayeque que riega sus alrededores y alberga una población de más de ocho mil
habitantes entre españoles, criollos, indios, negros y razas mixtas o castas”.
Stevenson describió también la fiesta religiosa
en honor a la Virgen del Carmen:
“Algunas de las casas son grandes y cómodas. La
iglesia parroquial está hecha de piedra: es un fuerte edificio y contiene
muchos adornos costosos. Se adjuntan cuatro capillas, llamadas ramadas las
cuales son parroquias de indios, cada una con un cura independiente del cura de
la iglesia parroquial que recibe a la gente blanca. Yo estaba en esta ciudad en
1811, siendo testigo de la primera misa que se celebró en el nuevo altar-
mandado construir por el doctor Delgado- y dedicado a Nuestra Señora del Carmen;
en dicha ocasión una de las fiestas más suntuosas se llevó a cabo durante toda
una semana, asistida con corridas de toros, peleas de gallos y carreras diurnas
de caballos a más de reuniones (...) y juegos de azar en la noche con
participación de todos los habitantes, siendo de destacar cómo los principales
devotos derrochaban alegría y placer”.
Parece que el principal interés de Stevenson fue la
producción de la zona, asunto al que prestó mayor atención y describió en
detalle:
“Aquí hay jabón, cordobanes de piel de cabra, paños de
algodón y dulces. De los extensos rebaños de cabras que se alimentan de la
algarroba que crece en las afueras de esta ciudad, el sebo se procura para
fábricas de jabones; el jabón es muy duro y se corta en tartas o barras pequeñas,
cuatro y a veces seis que solo pesan una libra; el precio medio es de veinte a
veinticinco dólares el quintal. Su calidad es muy inferior a la del jabón
inglés, debido especialmente a su dureza y las cantidades de impurezas que
contiene, no obstante, lo cual, es preferido a cualquier otro jabón.
Las pieles de uso se curten con la corteza del
guarango y a veces con la de la algarroba obteniéndose cordobanes de una
excelente calidad. Estos artículos tienen una muy amplia venta que se extiende
a toda la costa del Perú y muchas de las provincias del interior, así como a la
provincia de Guayaquil
Hay diferentes calidades de tocuyo, manteles,
paños, servilletas y otros artículos de algodón, algunos de los cuales son muy
finos; se fabrican aquí como lonas de algodón o tela de vela; se hace el hilo
usando y girando la rueca y el huso, las mujeres de las clases bajas se
encuentran constantemente en este empleo. Los tocuyos que aquí se producen no
son considerados tan buenos y, en consecuencia, no están en demanda como el de
Conchucos, pero el comercio extenso se lleva a cabo en los otros artículos.
Existe un amplio molino para la limpieza del algodón de sus semillas, similar
al de Casma y se han realizado grandes remesas de algodón desde el lugar de
produción hasta Europa. Los dulces son principalmente de mermelada y jalea,
hecha de mermelada y gelatina, elaborada a partir de membrillos, guayabas y
limas. Los dulces producidos son empacados en cajas pequeñas (cajetas), cada
uno con alrededor de dos libras, que se venden a medio dólar cada una; son
enviados a Lima, Guayaquil, y otros lugares a lo largo de la costa.
Pintura de Pancho Fierro
Sombreros de palma y junco, juncos finos, son hechos
aquí, y llevados a los mismos mercados que las naranjas con otras manufacturas.
Aquí y en los huertos de los alrededores crecen en gran abundancia y con
excelente calidad limones, uvas, guayabas, guabas, melones, paltas, guanábanas,
chirimoyas, plátanos, granadas, granadillas, tumbos, membrillos y piñas;
asimismo, manzanas, peras y otras (Las frutas europeas no prosperan). Las tierras
producen igualmente trigo, maíz, frijoles, lentejas, garbanzos y otras
legumbres a más de yucas, papas y otros tubérculos (…) y todo tipo de verduras.
De ahí que el mercado esté abundantemente abastecido. Asimismo, se dispone de
carne de cordero y de buena carne de res, en cambio la de pescado no es muy
buena”.
Continúa describiendo los alrededores de Lambayeque,
los algarrobos, las cabras:
“Los algarrobos crecen en las cercanías de Lambayeque
en gran abundancia y son de tal utilidad que existe una ley para prohibir a los
dueños que procedan a cortarlos : crecen al tamaño de nuestros robles más
grandes; la madera es muy dura, la hoja pequeña, y las ramas soportan una gran
cantidad de grupos de vainas que son de
cuatro pulgadas de largo y tres cuartos de pulgada de ancho y contienen
cinco o seis semillas negras, como frijoles pequeños; cuando la algarroba
madura su vaina es de color marrón, tiene un sabor dulce, el ganado le es muy
aficionado y engorda mucho comiéndola; las mulas también se alimentan de las
algarrobas y después de un viaje a Lima, distante ciento cuarenta leguas,
vuelven aparentemente gordas; pero el más grande beneficio derivado de este
valioso árbol es el número de cabras que se alimentan anualmente de las vainas,
estos animales las alcanzan ellos mismos de los árboles y están tras los
pastores que trepan a los árboles y derriban las hojas y vainas con bastones
largos. En algunas épocas del año, cuando las vainas se vuelven escasas, las
cabras seguirán a cualquier lugar, sin la necesidad de un conductor, (…).
Algunas de las cabras se volverán tan gordas que no es
raro que una cabra produzca un quintal, unas cien libras de peso, de sebo y
grasa; toda la grasa está separada de la carne, pero esta última es considerada
de muy poco valor, exceptuando la parte que cubre los huesos del cuello,
que se come como algo delicioso y es realmente igual a la del venado”.
Stevenson se interesó además en una superstición
escuchada a la gente que pastorea cabras:
“Una considerable parte de las supersticiones
pertenece a los pastores, que son indios. Ellos creen que algunos hombres
tienen el poder por brujería de trasmitir la grasa de un rebaño de cabras a otro
si no se tiene cuidado para evitar que lo hagan; para prevenir esta travesura
se tienen diferentes amuletos que atan alrededor del cuello o cuernos de las
cabras viejas, especialmente de las que se llaman los capitanes de los rebaños;
los amuletos consisten en conchas, frijoles y una especie de nuez moscada traída
de la provincia de Jaén de Bracamoros. Me entretuve varias veces con los
cuentos contados por los indios; cuentan que se había colocado un rebaño de
cabras gordas bajo el cuidado de un pastor malvado y que en una noche un mago
hechicero había quitado sus grasas a todas las cabras transmitiendo dicha
sustancia a otro rebaño para asombro en especial de uno que por la mañana
encontró su gordo rebaño reducido a la piel y al hueso (...)”.
En otro momento, Stevenson describió un tipo de chicha
y unas tortillas que ya no se hacen e incluso se han perdido de la memoria de
los pobladores del campo:
“De las algarrobas. los indios hacen chicha,
simplemente cocinándolas en agua, colándolas y dejando fermentar el líquido
resultante: en el vencimiento de tres o cuatro días estará para degustar y es
agradable al paladar. Creemos que es un vino muy delicado. En algunas
ocasiones, los indios preparan pequeñas tortas llamadas arepas usando para tal
efecto las vainas de algarroba reducidas a polvo y ciertamente no son desagradables”.
Pintura de Pancho Fierro
FRANCIS WARRINER, A. M. PUBLICÓ EN 1835 SU
LIBRO : "CRUISE OF THE
UNITED STATES FRIGATE POTOMAC ROUND THE WORLD, DURING THE YEARS 1831-34”,
En el que nos describe su arribo Lambayeque:
"El 10 de octubre salimos de Paita, en dirección sur, hacia San José, el puerto de Lambayeque, pasando por la isla de Lobos de Tierra, que estaba casi literalmente rodeada de lobos marinos de lo que se deriva su nombre; tiene un áspero aspecto irregular de color arcilla claro. El día que anclamos en San José, en una calzada abierta y en un miserable terreno de anclaje, todo lo que pudimos ver del pueblo desde el barco fue un almacén blanco y algunas chozas de pescadores; el lugar es árido y desolado. Al día siguiente, salí del barco en compañía del teniente Ingersoll y de los guardiamarinas Hoban y Adams y nos dirigimos a la orilla.
Tomamos una simple balsa de troncos con dos remos y con un remo de
dirección y un mástil atascado al medio, ya que no podíamos llegar a la orilla
con los botes del barco a consecuencia de las altas olas. Encontramos en esto
un divertido método de navegación. Y nos conduzca directamente por el viento a
la playa "de lado" habiendo tocado tierra de manera segura; llamamos
a la casa de un residente estadounidense, que ha sido habitante allí durante
algunos años y tiene una familia de trece hijos, a continuación, nos propusimos
ir a caballo a la ciudad de Lambayeque, nueve millas tierra adentro”.
Warriner tuvo entonces oportunidad de describir la ciudad de Lambayeque,
sus calles, casas y las actividades del pueblo:
“Después de alguna dificultad en trazar nuestro camino
por el terreno árido, llegamos a una empinada colina de arena, desde la que
vimos la ciudad. Su apariencia no es de ninguna manera atractiva. Al ingresar
al pueblo observamos que las casas eran humildes, las calles extremadamente
estrechas, sucias y amontonadas con fragmentos de prendas viejas y montones de
tierra mientras el polvo soplaba como cenizas.
Esta descripción, sin embargo, no se aplicará a todas
las calles. Algunas están bien pavimentadas y limpias, con unas buenas casas en
sus proximidades. La iglesia viste un aspecto a antigüedad, por haber sido
construida, como se nos dijo, poco después de la conquista del país. No
encontramos fruta en el mercado, excepto melones y plátanos. El único circo del
lugar estaba abierto regularmente cada sábado por la noche, y era conducido por
un hombre de Nueva York.
Al pasear por una de las calles principales nuestra
atención fue atraída por el sonido de la música; cuando estuvimos más cerca,
vimos una multitud reunida para presenciar una corrida de toros. Los balcones y
ventanas estaban llenos de mujeres y niños, mirando ansiosamente la escena.
Nosotros estábamos preocupados por encontrar algún lugar de descanso para el
corto tiempo que pretendíamos permanecer en la ciudad, pero todos los
habitantes estaban tan ocupados a causa de la corrida de toros que durante
mucho tiempo no pudimos encontrar una posada, pero cuando tuvimos éxito en
obtener una me di cuenta de que no había un establecimiento que fuera
propiamente una posada en toda la ciudad.
Ahora estábamos en el dilema de si nos viéramos
obligados a permanecer más tiempo que el deseado, tan alegres parecían todos
menos nosotros mismos. Este entretenimiento público (la corrida de toros), por
extraño que parezca a mis lectores, fue organizado para satisfacer los pedidos
de un sacerdote. El entretenimiento se levantó en su casa con gastos propios a
pesar de que había dado un dineral el público. Nuestras preguntas acerca de
algún alojamiento eran recurrentes y al final encontramos algo, fuimos
invitados a tomar la cena en un lugar que se nos había preparado, en la casa de
una dama de la ciudad; nos vimos en una especie de taberna, en (…) la que había
una mesa ruda con algunos platos donde tomamos nuestros asientos, mientras que
en una esquina vimos dos niñas sentadas en calabazas comiendo de un plato un
montón de maíz.
Pintura de Pancho Fierro
Sobre la cárcel de la ciudad escuchamos relatos y
pensamos si era posible que hubiese entre ellos personas desesperadas. Por la
tarde, visitamos a la señora que nos había dado hospedaje y en la cena fuimos
testigos de la ejecución de un fandango con un rudo juglar y media docenas de
guitarras; la diversión evidentemente se preparó en nuestro honor.
Me alegré cuando llegó la hora de reposo, cansados por
el viaje que habíamos tenido como por las escenas posteriores del día y de la
tarde que también nos habían ocasionado cansancio. Dos de nosotros tomamos
alojamiento en un dormitorio miserable, oscuro, en una parte alejada de la
ciudad; aunque acostumbrados a casi todo tipo de alojamiento, este lugar
parecía intolerable, sin embargo, al tener un fuerte deseo de descanso pronto
nos quedamos atrapados en un sueño”.
Los siguientes sucesos que relata quedaron como una
anécdota más:
“Cuánto tiempo permanecimos así no puedo decirlo, pero
en la oscuridad de la noche de repente nos despertó un ruido como de alguna
persona tratando de forzar la puerta de nuestro dormitorio y al recordar que la
puerta se abría al patio inmediatamente nos dimos cuenta de que estábamos algo
expuestos y que cualquier hombre malintencionado podría fácilmente entrar allí.
Tal vez habíamos sido notados por algún delincuente durante el día y querría
entrar a nuestros alojamientos para robarnos bajo el supuesto de que nosotros
podríamos ser una presa mejor que los nativos de aquí. Posiblemente algunos de
los ladrones encubiertos habían concebido un plan para el robo de dos viajeros
solitarios y en verdad ¿era probable que se formara y ejecutara tal presunción?
Debí desechar pronto tales pensamientos, pero mi compañero gritó
desesperadamente por su pistola; ¿a quién podríamos pedir ayuda ya que
estábamos desvalidos de armas? y en la total oscuridad hicimos un pequeño
revuelo y bullicio por la habitación y finalmente dimos un fuerte golpe en la
puerta que por un momento silenció el asalto; nos acostamos de nuevo, cuando
poco después el ataque recomenzó con mayor violencia, como si alguien aserrase
la madera abajo de la puerta. Nuestros miedos se reavivaron y aunque el ruido
cesó en poco tiempo volvió a intervalos durante la noche y al llenarnos de
aprehensiones no nos dejó dormir. ¿Fue imposible saber por qué nadie entró toda
vez que quienes podían atravesar en un instante las paredes de una prisión
podían forzar la puerta débil de un dormitorio?
La alborada llegó al fin sin la tragedia de derramar
nuestra sangre en Lambayeque. Al abrir la puerta, encontramos un perro viejo
moviendo la cola y mirando con nostalgia como pidiendo permiso para entrar.
Este incidente nos proporcionó alegría durante el resto de nuestro viaje”.
A continuación, relató su retorno al barco:
“El mismo día salimos de la ciudad, alcanzamos el
puerto y con la ayuda de la balsa pronto estuvimos a bordo. Durante nuestra
excursión a Lambayeque, habíamos visto pocas personas de pura sangre blanca. La
ciudad alberga más de cinco mil habitantes de los cuales la mayoría son de
sangre india pura o mezclada; vi numerosas mujeres indias, llevando a sus bebés
sobre sus espaldas a la manera de nuestros salvajes norteamericanos. Sin
embargo, las personas rara vez alcanzan más de cincuenta años de edad y a
menudo exhiben las enfermedades de los ochenta”.
Pintura de Pancho Fierro
Warriner no deja de hacer una muy rápida mención sobre
la producción y el contrabando que se da por San José:
“Azúcar y arroz son los principales productos de este
lugar; entre las frutas, son deliciosas las chirimoyas. Bienes por valor de un
millón de dólares se contrabandean anualmente por este Puerto”.
Lady Emmeline Charlotte Elizabeth Stuart-Wortley
fue una poeta y escritora inglesa que relató sus viajes por Estados Unidos y
otros lugares durante 1849 y 1850. Su libro "TRAVELS IN THE UNITED STATES, ETC DURING 1849 AND 1850“ fue publicado en París en
1851.
Luego de salir de Paita para dirigirse a Lambayeque
habló de cómo era el desembarco al llegar a Lambayeque:
"Justo cuando estábamos saliendo de Paita,
recibí una espléndida canasta de chirimoyas del cónsul británico. Para mi gran
pesar no pude agradecer su cortesía, pero nos detendremos allí de nuevo a
nuestro regreso. Estas chirimoyas eran extremadamente
buenas y son una fruta tan popular y tienen una apariencia tan tentadora que
son bastante provocativas. Nuestra
siguiente parada fue en Lambayeque donde no parecía
haber ni siquiera un puerto. En la playa solo había un conjunto aparentemente
miserable de chozas y chozas y muy pocas casas con pretensiones de serlo; este
es el lugar de desembarco en Lambayeque en tanto que el pueblo en sí de ese
nombre está a unas siete millas en el interior. El pequeño poblado de la
playa se encuentra expuesto al movimiento poderoso de las olas de una milla de
largo del Océano Pacífico que se elevan muy lejos en el mar en enormes olas
ondulantes y luego forman rompientes de crestas espumosas y montañosas que se
hunden en la orilla, después de una barrida terrible, en oleadas largas que
suenan con estruendo.
Aquí, así como en Paita, las
gentes hacen uso de un vehículo singular y útil, la balsa, que es una gran pila
de troncos de madera ligera, adecuadamente atravesados y vueltos a cruzar en
capas y muy fuertemente unidos entre sí. Las balsas son seguras, incluso en
medio de las poderosas olas del Pacífico, cuando las tremendas olas y las
oleadas de barrido las golpean mientras navegan con una fuerza temible que amenaza
con engullirlas. Si por algún accidente el amarre cede se pierden
instantáneamente”.
Lady Stuart- Wortley también
habla de un animal muy abundante en la zona así como sobre los huacos y su
comercio:
“Se garantiza que Paita está
libre de reptiles e insectos y que esos animales se han trasladado a Lambayeque
donde se dice que forman enjambres. Por lo demás, hay una criatura llamada
salamanchaca cuya mordedura es descrita como extremadamente venenosa y peligrosa.
Por otra parte, se afirma que
cerca de Lambayeque hay varios de esos curiosos montículos de tumbas de
antiguos peruanos, en los que se encuentran ordinariamente objetos de diversas
formas, vasos huecos y vasos denominados “huacos". Estos huacos tienen por
lo general formas con representaciones groseras de seres humanos, animales y
reptiles y los actos y ocupaciones de la antigua vida india se observan de
forma extraña sobre ellos; además, con mucha frecuencia, tales objetos servían
para uso de los difuntos.
La mayor parte de ellos ha sido
hecha con una tierra negra, pero en tumbas que probablemente hayan sido de sus
jefes se encuentra objetos de plata e incluso de oro. La mayoría de ellos
tienen aperturas que al aplicarles los labios firmes y soplando en ellos,
producen un sonido largo y muy extraño. También se dice que, si los pones
en el fuego, cuando estén bien calentados, emitirán un tono dulce y melodioso,
pero a la gente no le gusta experimentar con ellos por miedo pues aseguran que
las pobres cajas de música viejas deberían descansar. Hay que tener mucho
cuidado en saber de quién compras estas curiosidades sepulcrales; al respecto
estoy informada de que la ansiosa demanda entre viajeros y visitantes (
especialmente de Estados Unidos y Europa) e incluso entre residentes por estos
tesoros arqueológicos ha sido la causa de que sean imitadas con éxito de manera
que si alguno está deseoso por conseguir un artículo auténtico debe visitar los
antiguos túmulos funerarios o delegar la búsqueda a algún amigo de confianza o
conocido habitante de Lambayeque”.
En otro lugar, describe lo
observado en el mercado de abastos:
“El Mercado se abastece, con
exquisitas uvas blancas, así como una variedad de otras frutas. Una curiosidad es el uso por algunos de huevos como moneda pequeña de
libre circulación, aunque no es una moneda agradable para poner en los
bolsillos, según podría pensarse; esta operación podría ser habitual no solo
allí sino también en otros lugares de Perú. Añadamos que a los habitantes les
gusta tomar una refrescante bebida. llamada chicha”.
Menciona otra forma de navegar,
de la cual ya no hay rastro en la zona visitada:
“Tienen otros objetos, creo,
además de la balsa, para surcar el tremendo oleaje del Pacifico en estos
lugares; con ese propósito usan también pieles infladas de animal a las que
llaman “caballos” pero creo que navegar con ellos requieren de personas con
mucha experiencia en tales prácticas. Pasamos de Lambayeque a Huanchaco…”.
Aunque los tres relatos están referidos a la misma área geográfica y a
la misma época (primeras décadas del siglo XIX) la manera como se aborda la
materia presenta diferencias. Para comenzar, la mirada más completa es la de
Stevenson en tanto que tuvo una larga permanencia en Sudamérica y superó así
las limitaciones de las fugaces visitas de los otros viajeros. De allí que a
partir del texto de Stevenson sea posible tener una idea más cabal de
Lambayeque a comienzos del siglo XIX y de su importancia regional especialmente
en el plano económico. Warriner, por su parte, aporta observaciones sobre el
estado anímico de la población a la que presenta como amante de los festejos y,
en cierta forma, feliz, aunque la descripción física de Lambayeque nos hable de
un poblado polvoriento y nada atractivo. Dos datos de los aportados por Warriner
completan su visión desfavorable de Lambayeque: el rápido envejecimiento de los
pobladores y la práctica del contrabando a la que Stevenson no otorga ninguna
referencia. En cuanto al relato de Lady Stuart – Wortley destaca ante todo por
el hecho poco usual de una viajera en una época en que pareciera que los viajes
de largo aliento hubiesen sido privativos de los hombres. En cuanto a la mirada
de Stuart – Wortley sobre Lambayeque nos parece más próxima a la de Warriner
que a la de Stevenson en la medida en que después de describir desfavorablemente
el punto de desembarque prescinde de cualquier descripción del pueblo de
Lambayeque. De los temas que aborda es probable que los de mayor interés sean
los referidos a los restos arqueológicos de la zona y a una actividad que suena
muy moderna: la falsificación de objetos arqueológicos como respuesta a una
demanda que es un anticipo de lo que sucede en nuestros días.